miércoles, 17 de septiembre de 2008

Caminaba cerca a la orilla, muy cerca, la brisa del mar la hacia alejarse de este. Al caminar, huellas eran dejadas. Caminaba sin rumbo. Poco a poco se alejaba más, ya no podía divisarla. Entonces, me pregunté ¿Debo seguirla? Pienso que no. El frío era más intenso, el sol desaparecía a paso lento como ella lo hizo. No sabía que hacer, pensaba que ella volvería. Los segundos pasaban, los minutos también. Luchaba contra ellos. Nuevamente me pregunté: ¿Debo seguirla? la duda me hizo pensar. Los minutos pasaban, las horas también. Fijamente miraba el cielo, las estrellas -felizmente- me acompañaban, no estaba solo. Podía divisar las Tres Marías. Escuché pasos, sabía que iba a volver, yo lo sabía. Una mano me tocó la espalda, esperaba disculpas. Suavemente giré mi cabeza, no era ella. ¿Qué pasa?, dije. Segundos pasaron . Me enmudecí y pensé nuevamente: ¿debo seguirla? Pues, la primera vez que lo pensé, sí...

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